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Sabemos que el cerebro controla todo en nuestro cuerpo: los movimientos, los sentidos, las emociones, la memoria… pero hay una paradoja fascinante: el cerebro no puede sentir dolor. ¿Cómo es posible que el órgano que detecta el dolor en todo el cuerpo, sea incapaz de sentirlo él mismo?
Cuando te cortas un dedo o te golpeas el codo, los nervios envían una señal al cerebro que interpreta esa información como dolor. Sin embargo, si cortaras directamente tejido cerebral (en una operación, por ejemplo), no habría ninguna sensación de dolor.
Esto ocurre porque el cerebro no tiene receptores de dolor (nociceptores). Es decir, aunque pueda interpretar el dolor que viene de otras partes del cuerpo, él mismo no tiene forma de percibirlo.
Una de las consecuencias más impresionantes de esto es que los neurocirujanos pueden operar el cerebro de un paciente mientras está despierto. Solo se utiliza anestesia local en el cuero cabelludo, pero el tejido cerebral se manipula sin causar dolor.
Esto no es una rareza, es algo común en ciertas intervenciones, como las cirugías para tratar la epilepsia o tumores cerebrales. Durante estas operaciones, los médicos incluso le piden al paciente que hable, mueva partes del cuerpo o reconozca imágenes, para mapear funciones cerebrales en tiempo real.
Ahora bien, si el cerebro no puede sentir dolor, ¿por qué nos duelen la cabeza o las migrañas? La respuesta es que el dolor no viene del cerebro en sí, sino de las estructuras que lo rodean: los vasos sanguíneos, los músculos del cuello, las meninges (las capas protectoras del cerebro) o los nervios craneales.
Por ejemplo, en una migraña, el dolor puede estar asociado a una inflamación o presión en los vasos sanguíneos o nervios. El cerebro interpreta esas señales como dolor de cabeza, aunque el propio tejido cerebral esté “ajeno” al sufrimiento.
Este fenómeno ha inspirado muchas preguntas filosóficas y médicas. ¿Cómo puede el órgano que más sufre el dolor ajeno, ser completamente insensible al suyo? Es una especie de “juez imparcial”, que gestiona las alarmas del cuerpo, pero que no puede emitir una sobre sí mismo.
También plantea cuestiones sobre la conciencia del dolor. Si el cerebro no puede sentir dolor físico, ¿cómo siente el dolor emocional? Aunque el dolor emocional no es físico, activa las mismas regiones cerebrales asociadas al dolor físico, como el sistema límbico. De hecho, algunos estudios muestran que el dolor por una ruptura amorosa o la pérdida de un ser querido activa las mismas zonas cerebrales que una quemadura leve.
Si el cerebro tuviera receptores de dolor, cualquier mínimo aumento de presión (como el flujo sanguíneo o una leve inflamación) podría ser insoportable. De alguna forma, el hecho de que no sienta dolor permite que funcione sin interrupciones, procesando millones de señales por segundo sin “distracciones”.
Esta característica puede haber sido una ventaja evolutiva: proteger la funcionalidad constante del órgano más importante del cuerpo. El cerebro es vulnerable en muchos sentidos, pero está cuidadosamente aislado, no solo físicamente por el cráneo y el líquido cefalorraquídeo, sino también sensorialmente.
El cerebro es el gran director de orquesta del cuerpo humano, pero no siente dolor. Esto no significa que esté desconectado del sufrimiento, sino que su diseño lo protege de una sobrecarga sensorial que podría poner en riesgo su rendimiento.
Es uno de los misterios más interesantes de la biología humana: el órgano que nos hace sentir, no siente.
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