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¿Recuerdas ese mapamundi que colgaba en tu sala de clases? El que ponía a Europa al centro, Groenlandia casi del tamaño de África, y Sudamérica como un apéndice desproporcionado al sur. Bueno, era mentira. O al menos, era una versión muy conveniente para ciertos intereses históricos.
La proyección de Mercator, creada por Gerardus Mercator en 1569, fue una solución ingeniosa para un problema real: cómo representar la superficie curva de la Tierra en un plano, útil especialmente para navegantes. Su gran ventaja era que mantenía los ángulos y las formas de los continentes, facilitando la navegación marítima. Pero su gran defecto fue que distorsionaba los tamaños.
En la proyección de Mercator, las regiones cercanas al ecuador se ven más pequeñas de lo que realmente son, y las zonas más cercanas a los polos aparecen mucho más grandes. Así es como Groenlandia (que en realidad es ocho veces más pequeña que África) parece casi del mismo tamaño. Europa se agranda. África se encoge. Y el resultado no es inocente.
Durante siglos, esta representación reforzó una visión eurocentrista del mundo. Europa y América del Norte, al agrandarse visualmente, se percibían como más importantes, más desarrolladas, más dominantes. África, América del Sur y el sudeste asiático quedaban en una especie de periferia geográfica… y simbólica.
¿Es culpa de Mercator? No exactamente. Su objetivo era práctico, no político. Pero con el tiempo, su mapa se convirtió en el estándar, perpetuando una visión del mundo distorsionada. Recién en las últimas décadas han surgido proyecciones alternativas, como la de Gall-Peters, que intentan respetar el tamaño real de los continentes, aunque sacrifican la forma.
Cuando se presentó Gall-Peters, muchos reaccionaron con molestia. Acusaron al nuevo mapa de ser «feo», de deformar las formas conocidas. Pero eso solo revela cuánto nos hemos acostumbrado a la mentira visual. Preferimos la comodidad de lo familiar a la precisión.
Hoy, hay profesores y activistas que luchan por cambiar los mapas en las aulas. No es solo una batalla estética. Es también una cuestión de justicia simbólica. Ver el mundo como realmente es —con África inmensa, Sudamérica enorme, y Europa pequeña— cambia cómo entendemos el planeta y nuestra posición en él.
Así que la próxima vez que veas un mapamundi, pregúntate: ¿estás viendo el mundo… o una vieja trampa cartográfica?
Porque a veces, incluso nuestras ideas más geográficas están diseñadas para que veamos solo una parte de la verdad.
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